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No encarcelemos al Espíritu

  • Foto del escritor: Mauricio J. Navarro-Bulgarelli
    Mauricio J. Navarro-Bulgarelli
  • 18 sept 2022
  • 7 Min. de lectura

Actualizado: 19 jun 2024

18 setiembre, 2022


Fue hace 26 años que experimenté algo que es difícil de describir con palabras. Este año 2022 me enteré de que ese “algo” tiene un nombre, o al menos el místico de nuestros tiempos, Xavier Melloni, lo llama “experiencia fundante”. Quizás el concepto no sea de él, no lo sé… Quizás le pone un nombre solamente por ponerle un nombre, es decir, por nuestra necedad humana de querer poner en palabras y conceptos lo que no se puede explicar desde la razón, porque pertenece a lo espiritual. Y no que lo espiritual vaya en contra de la razón, muy por el contrario, porque el Espíritu parte de la razón, pero la trasciende. Y a la vez, vuelve a ella… pero volvamos a mi historia por un momento.


Vamos a intentar describir brevemente lo que no se puede explicar con palabras. Tenía 12 años, estaba en un campamento juvenil. Esa fría noche estrellada de enero, en medio del paradisíaco bosque de la Laguna de Fraijanes en Alajuela, Costa Rica, rodeando una fogata, con música de guitarra de fondo, en un momento determinado sentí que ese fuego que venía de la fogata entraba dentro de mí, como que me “quemaba por dentro”, recorriendo de los pies hasta la cabeza. Cantamos como mil canciones esa noche. Hablaron varios muchachos y muchachas. Se leyó la biblia. No recuerdo ni una sola palabra dicha, ni tampoco una sola canción cantada. Solo recuerdo una frase de una canción que se entonó en aquella oportunidad. “solo tú tienes palabras de Amor” Puedo decir que lo que experimenté eran sin dudas “palabras de Amor”, era como El Amor que empezaba a escribir una nueva historia en mi ser. Y en ese momento puedo decir que experimenté aquello de “una paz que sobrepasa todo entendimiento.” ¿El fuego del espíritu? Llamémoslo así, por llamarlo de alguna forma. Lo que sí puedo decir, es que fue una experiencia espiritual. Claro, esas experiencias que se “sienten” por dentro (y por fuera) no las he vivido tan frecuentemente en mi vida como hubiera querido. Sí he tenido algunos otros momentos similares, algunos los he contado ya en este blog en otras oportunidades, otros son más personales. Pero han sido la excepción en mi vida, no la regla.


¿Mi “primera, única o mejor experiencia” espiritual?… No lo creo. Es decir, ya antes de mi vida estaba el Espíritu, sin duda. De hecho, estoy seguro de que desde niño siempre estuvo. Es más, los bebes y niños pequeños son seres bien espirituales, de eso estoy seguro. No que fuera un acto de magia, nop, no fue magia. ¿Algo sobrenatural? Quizás, pero en medio de lo más natural, es decir, literal fue en medio de la naturaleza, en medio de la música, del bosque, de las estrellas, del calor de la fogata y de la amistad de los compañeros y compañeras del campamento. Y en medio de mi adolescencia recién estrenada, claro está. Lo sobrenatural fue el sentir que mi alma se unía con ese bosque, con esa fogata, con esa música, con esa guitarra, con esas voces cantando, pero de la manera más natural y simple que podría haber. Es decir, sin nada “extraordinario” (no hubo visiones, ni hablar en lenguas, ni desmayos, ni nada de esas cosas). Solo había jóvenes cantando con una guitarra alrededor de una fogata en medio del bosque, una noche estrellada en las montañas de Alajuela. Así de simple, así de extraordinario. Bueno dejemos acá las explicaciones, porque carecen de sentido. Se que todos y todas las que me están leyendo podrán identificar una experiencia así de “espiritual” en uno u otro momento de su vida. Porque son momentos muy humanos. Y eso es lo que los hace espirituales.


El caso es que esta experiencia me movió hacia muchas otras experiencias más. Es decir, fue una “experiencia fundante” en cuanto que ese momento despertó en mí una búsqueda. ¿Pero no es lo propio de la edad adolescente, lo de la búsqueda? ¡Pues claro! Pero digamos que direccionó mis búsquedas hacia algo, los grupos “pastorales” (llamémoslo “pastorales”, por llamarlos de alguna forma “genérica”, aunque posiblemente muchos grupos/comunidades en los que he estado no se sentirían cómodos con esta generalización hecha por simplicidad en este momento). Quizás me zambullí en este mar de grupos en busca de volver a experimentar algo parecido a aquella noche, algo que por cierto no volví a experimentar con tal intensidad en esos contextos.


Es así como en dos décadas y media de caminar en grupos/comunidades, he pasado de grupo en grupo. Y de todo tipo. Desde los grupos para-eclesiásticos quasi evangélicos, hasta los grupos litúrgicos quasi inquisidores. Y en el medio muchos matices, algunos que tendían más a lo franciscano (quizás de los que mejores recuerdos guardo), otros carismáticos, otros bien diocesanos, algunos de mentalidad más abierta, otros de doctrina estricta. En fin, la lista es grande. Quizás algunos de los que me lean en este momento me hayan conocido en alguno de estos grupos. Y quizás sigan en ese grupo aún. Recuerdo un buen amigo que, cuando yo iba a recibir “su herencia” por así llamarlo, es decir la responsabilidad de coordinar un grupo del cual él se había ocupado en formar y fortalecer por tantos años, me dijo “mira Mau, yo ya vi que vos lo que duras en un grupo es una media de un año”. ¡Se equivocaba!, pero solo en parte. Viendo hacia atrás diría que mi media de permanencia en un grupo era de dos a tres años.


A veces me he preguntado ¿Por qué este espíritu tan inquieto el mío, que me hace moverme de un grupo hacia otro? Se que la vida es de ciclos, pero ¿ciclos “tan cortos”? Bueno, hoy viendo hacia atrás puedo decir al menos algo. Digamos que es un aprendizaje que he podido reflexionar en retrospectiva, y hoy lo quisiera compartir por si a alguien le puede servir. ¡Advertencia! Se trata de un aprendizaje totalmente personal, no de una “verdad absoluta”. Sin más rodeos se los cuento.


Desde mi experiencia pienso que los grupos en donde pude experimentar que realmente se le daba más vida a la vida, que eran luz en mi camino, que llenaban de sentido ese momento particular de mi vida, eran los que los dejaban más “ser” en libertad. Claro, también “hacían”, como no, sobre todo los de tinte franciscanos. Pero lo que más movía era el “ser”, y ese “ser” era dejar que el Espíritu se moviera libremente por el grupo. Y es así como nacían iniciativas bellísimas, que eran llenas de sentido y daban mucha plenitud hacia todos los que las vivíamos.


El problema (lastimosamente casi sin excepción, desde mi experiencia), se daba cuando se quería “legislar”. Entonces claro, había que hacer normativas (o recordar las ya existentes para no salirnos de ellas), había que hacer organigramas (casi siempre dependientes de una figura de autoridad externa al grupo, en algunos casos muy lejana, y por tanto desconocedora de la realidad que se vivía dentro del grupo). Había que hacer planificaciones a uno, dos y cinco años, como si la acción del Espíritu se pudiera medir en metas anuales, que además debían tener números para poder evaluarse. Yo mismo apoyé, promoví y hasta coordiné algunas de estas cosas (mea culpa). E inevitablemente esto llevaba a lo que yo hoy le llamo “encerrar el Espíritu”. No matarlo, porque El Espíritu está ahí, siempre. Y hace cosas impresionantes por querer salir, salir en muchas iniciativas que sobreviven y se abren paso en medio de tanta cárcel que le queremos poner (con buenas intenciones en muchos casos, yo no digo que no).


En mi opinión, mientras más queremos normar, homogenizar, estandarizar, planificar, medir, evaluar, controlar (y cosas similares), ¡más encerramos al Espíritu! Lo mejor sería dejar actuar al Espíritu sin encerrarlo con tanto barrote.


¿Y cómo sabríamos que lo que está pasando en ese grupo viene realmente del Espíritu? Claro, la respuesta la encontramos en el evangelio de Jesús, es decir en la propuesta que vivió Jesús en vida, con su ejemplo. Si es el Espíritu de Jesús, seguramente nos llevará a estar con los pobres, con los que se sienten solos, con los refugiados y los encarcelados. Nos llevará a luchar por la justicia social, a luchar por (y con) los que se sienten excluidos. Nos llevará a ser cocreadores por medio del arte, de la música, la poesía, la literatura, la danza, el deporte y todas las demás expresiones creativas humanas. Nos llevará a la montaña o al lago para orarle al Dios al que Jesús le llamaba Abba (es decir papá, y ¿porque no?, mamá también). Nos llevará a llamarle hermano y hermana a toda la Creación, como lo hizo San Francisco. Nos recordará que, en cuanto creaturas, debemos cuidar de la Creación, como nos exhorta la Laudato Si. Nos llevará a preocuparnos por el cuidado de los enfermos, pudiéndoles devolver el don de sanarse a sí mismos, como lo hizo Jesús. Nos llevará a seguir construyendo un mundo mejor para toda la humanidad, desde las políticas sociales justas, desde los derechos humanos, desde las luchas justas, como las luchas feministas, de protección del medio ambiente, o de lucha en contra del clericalismo, siguiendo el ejemplo del Papa Francisco. Nos llevará a poner la tecnología al servicio del ser humano, y no al revés. Es decir, nos llevará a “ser” y a “hacer” en el Espíritu, y eso nos dará esa paz que no podemos explicar. Ahí está la señal de que el camino es por ahí…


Claro, como me dijo un querido amigo una vez: “Hay que organizar la esperanza”. Estamos de acuerdo en esto. Pero tratemos de organizarla desde el “ser” en primer lugar. Desde el “ser” evangelio, desde el “ser” comunidad. Desde el “ser” luz, sal. Desde el “ser” caminantes, peregrinos, buscadores, centinelas que anuncian una esperanza. Desde el “ser” promotores de la paz, desde el “ser” agentes del cambio social. Desde el “ser” constructores de la civilización del amor. Luego, por añadidura y de manera inseparable vendrá el “hacer”. Y ya luego algo de organización deberemos tener, pero no encarcelemos al Espíritu con ella. Dejémoslo actuar, al fin y al cabo, no importa cuánto lo sigamos intentando controlar, El seguirá soplando adonde le dé la gana. Gracias por leerme hasta aquí, un saludo de paz, bien y alegría.




2 comentarios


mario.navarro.cr
mario.navarro.cr
25 sept 2022

Muy interesante que compartas reflexiones a partir de tus vivencias, y con ello nos permitas recoger para nuestro propio saco. Creo que ese Espíritu no puede ni debe encerrarse.

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Mauricio J. Navarro-Bulgarelli
Mauricio J. Navarro-Bulgarelli
01 oct 2022
Contestando a

¡Estoy totalmente de acuerdo! Gracias por valorar mis escritos. Aprecio mucho este comentario y me alegra que le veas utilidad a mis sencillas reflexiones. Eres una persona de la que he heredado el gusto por la lectura y la sed de búsqueda. Ese es el Espíritu que se mueve, sin duda alguna. ¡Un fuerte abrazo!

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