Mi amigo, el síndrome del impostor
- Marco N. Bulgarelli
- 1 oct 2022
- 5 Min. de lectura
01 octubre, 2022
Una vez un profesor de la universidad que quiero mucho, Froilán Escobar, que ha incidido en decenas de periodistas y storytellers de toda Hispanoamerica, me mencionó la frase "quién no se aventura no cruza la mar porque un buen capitán solo lo hacen las tormentas". Don Froi siendo director de carrera me había apoyado a estudiar portugués y por consecuencia llevar la universidad a un ritmo más suave y lento ya que él sabía mi deseo inmenso de vivir fuera del país y en Brasil propiamente. Quizás él me apoyó tanto por ser migrante, quizás solo porque siempre fue un excelente profe...
Después de varios intentos fallidos y una beca que yo mismo rechacé hacia Brasil me dijo: "hazlo esta vez, estás joven, no tienes hijos y quién no se aventura no cruza la mar. Porque un buen capitán solo lo hacen las tormentas". Lo recuerdo como si fuera hoy, estábamos en uno de los poyos en el "parque" de la puerta principal a la San Judas, mi alma mater. Esa pequeña frase influyó demasiado en mí, un joven ansioso, inseguro, lleno de miedos, fracasos, rechazos y que me comparaba a diario con mis tres hermanos mayores, mi papá, mi mamá y hasta mis primos.
Gracias a Dios, y el esfuerzo de mis abuelos, yo estuve rodeado de profesionales exitosos en sus respectivas carreras y que en menos de cinco años como profesionales les había ido muy bien en su desarrollo profesional. Mi madre, que de Dios goce, y mi abuela me animaban a ser como los demás, que en mi caso era el hermano que hizo una pasantía en la NASA, el otro hermano que fue mejor promedio en la universidad, la prima que estudió en Nueva York, el primo que estudió en Londres y mi hermana que era directora de departamento. En fin, los apellidos a mi lejos de motivarme me pesaban y las circunstancias colegiales del bullying alimentaban cada día el síndrome del impostor. Era un joven inseguro, lleno de miedos, inconstante y lo peor de todo, me lo creía. Al creerme eso que no era, lo transmitía y quizás por eso tenía mala suerte en los trabajos.
También recuerdo a mi tío David como un referente para mí. Él fue uno de las personas que más han influido a lo largo de mi vida. Mi tío fue un agrónomo muy exitoso en el tema banano y literalmente su expertise lo llevó a 4 continentes. En aquél entonces, vivía en Honduras y venía a Costa Rica frecuentemente y se quedaba en mi casa. Cada vez que venía yo le comentaba que quería trabajar escribiendo sobre deportes y que quería recorrer el mundo como él. Me vio crecer, alcanzar “nuestras” metas. Desde siempre ha sido mi principal fan y me impulsaba a comerme el mundo, porque sino el "mundo te come a vos". La vida me permitió trabajar en deportes a brincos y saltos y sin llegar a tener “éxito” en esos primeros cinco años. A pesar de haber trabajado para la mejor Revista Deportiva del mundo (El Gráfico) mi síndrome del impostor me decía que había sido suerte, que cualquiera hubiera llegado a trabajar en “la bilbia del deporte”. Me decía a mí mismo, 'es la edición de Centroamérica, no la de Argentina, acá es fácil llegar'...
Con todas esas inseguridades haciendo eco en mi mente fui una noche a la fiesta de aniversario de la San Judas y decidí “cruzar la mar para convertirme en buen capitán” como me mencionó don Froilán después de beber del mojito que traía en la mano. Esa vez, en Caxias do Sul, Brasil, fue mi primera experiencia de trabajo internacional y cambió radicalmente mi vida para bien. Esa primer puerta internacional abrió la segunda, la segunda la tercera y así gracias a Dios se me fueron abriendo oportunidades en varias mercados y partes del mundo hasta el día de hoy. Esas dos frases "quién no se aventura no cruza la mar, porque un buen capitán lo hacen las tormentas", y "hay que comerse al mundo antes que el mundo te coma a vos" siempre han resonando en mi cabeza y me han hecho fracasar decenas de veces. Empero, también esos fracasos me hicieron levantarme más fuerte para triunfar. Ahora bien, hay una tercera persona que sin saberlo también influyó mucho en mí. Esa persona es Ronald Jiménez, empresario de Codisa, al que escuché en una ponencia sobre el futuro del trabajo en un evento llamado Tech Together. Debo confesar que al Tech Together fui exclusivamente por trabajo, ya que tenía que entrevistar a don Ronald para un comunicado de prensa, y le tenía demasiada pereza a esas charlas.... Sin embargo ese día hice clic porque me vi reflejado en lo que indicaba don Ronald: “las personas que trabajan hoy, harán un trabajo radicalmente diferente en los próximos dos años”. Me identifiqué por completo y cambié el chip; ya qué a lo largo de mi carrera profesional he tenido que aprender muchas cosas a diario y mi trabajo ha ido evolucionando quizás por animarme a "cruzar la mar", o porque si yo no aprendía ese nuevo skill no había nadie quién lo hiciera y traían a otro que si lo hace. Sin duda ese espíritu de comerme al mundo antes que el mundo me coma me ha llevado a aprender todos los días.
Y eso es algo que también aprendí siendo muy joven "tener un espíritu enseñable' y eso lo aprendí en un grupo juvenil hace 18 años. Tener un “espiritu enseñable” quiere decir estar dispuesto a reconocer tus errores, estar dispuesto a que hay mil maneras de hacer las cosas y estar consciente que muchas otras personas pueden enseñarme algo nuevo todos los días.
Hoy, a mis 35 años, ese "espíritu enseñable" y ese síndrome del impostor -en el mar de inseguridadades de no triunfar en mi carrera durante los primeros cinco años como si lo habían hecho mis hermanos, padres y primos- me llevó a recorrer el mundo en medio de tormentas alcanzando metas y sueños personales.
Hoy, cuando me toca entrevistar jóvenes trato de escoger por actitud, por ese espíritu enseñable y esas ganas de comerse al mundo. Para mí todo lo demás se aprende, pero eso se trae y nadie te lo quita porque al fin y al cabo un mar calmo no hace un buen marinero. Hoy soy senior y en mi carrera trato de transmitir conocimientos, porque yo he aprendido más de los jóvenes que lo quizás yo les he tratado de enseñar. Hoy, con mi síndrome del impostor a cuestas y luego de mucha plata invertida en terapia psicológica puedo decir que he trabajado para 28 países, tengo dos maestrías, dos especialidsdes, he trabajado con 35 nacionalidades distintas, he vivido en dos continentes y tres países distintos. Hoy, esos miedos poco a poco se han ido, sé que que puedo trabajar en cualquier parte del mundo y adaptarme a muchas cosas. Esa seguridad de hoy en día solo se produjo porque mi síndrome del impostor me llevó a tirarme a la mar sin saber cómo navegar, a comerme al mundo antes que el mundo me coma a mí. A seguir navegando en las tormentas para hacerme un buen capitán. Esas inseguridades, temor a no poder destacarme, compararme con otros, ataques de pánico e incluso depresiones me llevaron a estudiar mucho, a aprender mucho y nunca quedarme con lo que sé hoy.
El síndrome del impostor me llevó a fracasar, a aprender de esos fracasos y a poder triunfar porque nada fue "suerte", porque el “desprecio” que llegué a sentir cuando me comparaban alimentaban alguien que no soy. Jamás fue “suerte”, todo ha sido trabajo, perseverancia, persistencia y valentía para derrotar mis miedos que aún se asoman más frecuentemente de lo que yo quisiera.
Marco N. Bulgarelli

Foto libre de derechos tomada de: https://unsplash.com/photos/Xe9vkCD7_5g
Excelente reflexión ... gracias por compartirla.