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La Pascua, el misterio que nos habita.

  • Foto del escritor: Mauricio J. Navarro-Bulgarelli
    Mauricio J. Navarro-Bulgarelli
  • hace 4 días
  • 4 Min. de lectura

Más allá del camino hacia la interioridad, pasando por ese viaje de exploración al que le solemos llamar autoconocimiento, luego ya de nuestras sombras y de nuestras luces, en lo profundo de nuestro ser, se encuentra el Misterio, ese que nos habita.

 

Y ante Él, tenemos la potestad de una decisión, si lo habitamos o bien lo ignoramos. Entonces, si decidiéramos intentar habitarlo, saldríamos en su búsqueda, pero, como suele hacerlo, Él saldría a nuestro encuentro, y entonces, solo entonces, por unos momentos, podríamos sentirnos el mar, no parte del mar, sino el mar. Pero luego, inevitablemente, volveríamos a sentirnos una ola, que, aunque separada de la totalidad del mar, se sabe a su vez parte de ese misterio que le habita, y al que ha decidido habitar. Porque siempre hemos sido olas, y siempre hemos sido mar, pero no somos ni ola, ni mar.

 

Si hay algo creo haber aprendido con los años y las crisis existenciales que me han acompañado, es que, para poder ser mar, necesitamos de un río, uno que fluya, que no se estanque, pero que cuyas aguas, más conocidas y navegables para nosotros, sepamos que nos están conduciendo hacia él.

 

Y es ahí, quizás a las orillas del río, de ese que decidamos navegar, que se nos aparece el Resucitado. Se aparece, tan claro y tan real, como la estrella, cuando los Reyes magos habían salido a buscarLo. Como en la compañía, que guía y consuela a los discípulos de Emaús, y parte para ellos el Pan. O como a los pescadores, que a las orillas del lago, les espera con peces para comer.

 

Y su presencia simple, bella y verdadera, celebra la Pascua, esa que a las mujeres les regala respuestas a sus preguntas, para luego dejarles nuevas inquietudes, pocas comprensiones, pero sí la paz, esa que sobrepasa toda búsqueda de certezas.

 

Es ahí, en lo real y evidente, que hoy vuelve a resucitar…

 

En las palabras para el poeta, y en la idea creativa para el diseñador.

En las creaciones que del creativo emanan, esas que, sin dejar de ser creatura, le permiten ser cocreador, y nos permite a todos los demás apreciarLo y encontrarLo en el arte, no importa si hablamos de una pintura, una canción, o de un guión para un nuevo film. De una poesía, de un buen libro, o de una simple metáfora literaria; son precisamente esas obras de arte las que nos permiten ver lo intangible, comprender lo inexplicable, decir lo indecible, sentir lo inimaginable, y rozar lo divino.

 

Y entonces, Él vuelve a aparecer…

 

En la música, el árbol y el canto del pájaro.

En la brisa del mar y los colores del atardecer.

En el amigo que nos acompaña en nuestros momentos de soledad.

Y en el pobre que nos topamos con una necesidad a la que podemos atender.

 

En la pregunta para el investigador, y en la duda para el científico.

En la cima para la montaña, y en el trayecto para el escalador.

En el fruto para el sembrador.

En la espera de los días grises, y en el gozo de los momentos extraordinarios.

 

En el Amor que nos consuela, en el refugio y la tormenta.

En la melodía para el músico, y el pincel para el artista.

En la oración para el místico, y la caridad para el pobre

En la comunidad para el creyente, y las luces para el fotógrafo.

 

En los colores para el ilustrador, y en el alivio que siente aquel que, transitando por una tierra en la que le llaman extranjero, encuentra refugio y acogida. Y entonces, en su corazón agradecido, esa persona sonríe, porque sabe que al final, la tierra no es de nadie, no porque nos pertenezca a todos, sino más bien porque le pertenecemos a ella.

 

Y resucita en el hijo para una madre, y en la madre para ese hijo.

Y lo hace sobre todo en la nunca agraciada hermana muerte, esa que muchas veces llega sin aviso, inesperada y fulminante. Pero después del justo llanto, de una manera misteriosa, esa pascua hace que sintamos al ser amado más cerca de nosotros, no de nuestro cuerpo ni de nuestra mente, pero sí de nuestra alma y corazón. Y esa compañía silenciosa, nos recuerda que somos amados, y nos ayuda a amar también al Amado. Porque, al menos desde mi experiencia, ese consuelo ante la muerte, es uno al que no quiero renunciar.

 

Hoy es la Pascua, porque resucitó el Misterio que nos habita, y nos invita a habitarLe.

 

Pero no como aquellos discípulos que querían quedarse ahí, en lo resplandeciente y celestial, haciendo tres chozas, que solo servirían para alejarse de lo simple, lo cotidiano y de lo real.

 

Sino más bien como la fe de María, esa que, sin comprenderlo, dijo el “hágase en mí” y también el “hagan lo que Él les diga.” No sabía lo que venía después de sus palabras, pero ¿cómo podría haberlo sabido? No podía, no podemos tampoco nosotros. Quizás lo intuyó, y aunque seguramente dudó, su actitud era de apertura ante el misterio, y por eso se dejó sorprender por la Vida, esa que hace nuevas todas las cosas, y solo entonces pudo guardarlo todo en su corazón. Hoy creo intuir que es así como podemos habitar la Vida y la Trascendencia.

 

Felices Pascuas, que sigamos habitando este misterio, un día a la vez.

 

Mauja Nabu.

Domingo de Pascua, 20 de abril, 2025.





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