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La fuerza de dar

  • Osvaldo Murillo Aguilar
  • hace 4 días
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: hace 3 días

19 de abril, 2025.


Al contemplar la armonía existente en la naturaleza, entre todos los seres que la componen desde el imponente sol hasta la planta más pequeña del bosque, no me queda más que preguntar que elemento ayuda a conservar el bello balance que se observa en ellos ¿Qué aspecto comparten todas ellas, que, siendo tan diferentes entre sí, logran esa hermosa armonía?


El sol nos da su luz y calor, los animales su compañía, protección, abrigo e incluso alimento, al igual que muchas de las plantas. Cada elemento existente entrega y ofrece de sí mismo para el balance adecuado de la existencia. Cada elemento da lo que tiene, muchas veces hasta agotarse.


En este sentido parece ser entonces que el balance de la existencia radica en la entrega y la donación de sí mismo, en dar lo que cada uno es. A esta realidad, no escapa en absoluto el ser humano. La persona como tal, si quiere incorporarse a esta armonía de la creación, debe entregar y ofrecer lo que constituye su esencia en esta existencia.


La persona, a diferencia de muchos seres animados de la creación, es capaz de amar conscientemente, por ende, lo que debe entregar como elemento fundamental para la armonía de la creación es el amor. El cual, en sí mismo, se constituye de una entrega constante. Es la donación, lo que le propicia al amor el alimento necesario para crecer y seguirse reproduciendo.


Hoy, por el contrario, vemos con preocupación que las palabras como entrega, ofrecimiento y donación no son reconocidas y bienvenidas en el mundo. Se ensalza, por el contrario, el obtener, retener y empoderarse, como verbos que dirigen el camino del ser humano.


Cuando, el denominador común de toda la creación es la donación, actuar de manera egoísta rompe con toda la estructura. Damos demasiado énfasis en el autoconocimiento, en el autosuficiencia, en la autodeterminación, y en todos los “autos” posibles, pero no enfatizamos en el salir; es decir, en salir de uno mismo para encontrarse con las necesidades del otro, en dejar nuestras zonas de confort para ver las realidades que enfrentan los demás, para sensibilizarnos y empatizar con ellos.


Estamos hechos para darnos, para entregarnos, porque para quienes somos creyentes, no podemos ser distintos a nuestro Creador, ni a nuestro Salvador. El Padre en su omnisapiensa crea todo lo visible y lo invisible y encierra en cada cosa creada un poco de sí, por eso es que cada elemento de la creación tiene en ella la inclinación a entregarse.


Lo mismo el Hijo, que obediente a su Padre se entrega a si mismo hasta el extremo de morir en la Cruz, mostrando nuevamente que el Camino es la entrega de uno mismo. No obstante, la entrega tiene en ella implicaciones, como el sacrificio y el dolor, las cuales son rechazadas vehementemente por este mundo actual que se vanagloria en el hedonismo de la inmediatez, en una perspectiva inmanente de la existencia.


Como lo menciona el Cardenal Sarah, Cristo en la Cruz, nos demuestra que la manifestación más grande del amor es el dolor. El amor es entrega de uno mismo, y toda entrega entraña renuncia y sacrifico voluntario por lo amado. Por ello Dios es amor.  


En resumen, desde el principio la clave está en la entrega, en darnos por completo en cuanta tarea emprendamos. Nos mueve una fuerza centrífuga de amor infinito, no podemos oponernos desde pensamientos centrípetos de egoísmo, que nos llevan al abuso de los demás y al deseo desmedido de ambición, que desgasta nuestras relaciones con los demás y con la creación misma y nos separa de la relación con Dios. La entrega absoluta es lo que nos transforma, permitiéndonos reflejar cada vez más Su imagen y semejanza.




 

 

 

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