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El Dios de los Encuentros

  • Foto del escritor: Mauricio J. Navarro-Bulgarelli
    Mauricio J. Navarro-Bulgarelli
  • 22 abr 2020
  • 5 Min. de lectura

Actualizado: 1 oct 2022

“Venid a mi, llamó el Dios de los encuentros. Y fuimos. A veces vacilantes, con toda nuestra inseguridad a cuestas. Pero fuimos”

(José María R. Olaizola sj)


31 julio 2018

 

Para nadie es un secreto que en la actualidad, la invitación que nos hace la sociedad es a vivir cada vez más encerrados. Ya estamos muy acostumbrados a que la comida nos llegue hasta la puerta de la casa. Ahora resulta que incluso las compras del super pueden llegar a su puerta solo con un “click”


Tendemos a socializar menos, a encerrarnos en nuestras casas, a pensar que con Netflix y las redes sociales del celular lo tenemos todo para sobrevivir. Cuando voy en el bus, me sorprende como cada vez son más las personas que, full audifonos, andan metidos en su música, sus videos, su mundo. Y si es en carro, andamos con las ventanas cerradas, sin tener mayor contacto con el “mundo exterior” Y bueno la verdad es una situación atractiva, yo mismo lo he hecho en varias ocasiones, tanto lo del audífono en el bus como lo de las ventanas arriba en el carro.


Y esta invitación a encerrarnos trasciende nuestras casas y medios de transporte. Es común ver a los grupos de Iglesia convertidos en grupos cerrados. Claro, resulta muy cómodo reunirnos en las 4 paredes del salón parroquial, solo con nuestros 15 o 20 amigos que ya conocemos, y quizás uno o dos amigos de nuestros amigos que nos visitan en la reunión semanal. Yo también he sido parte de esta “cómoda” realidad.

 

Pero desde hace algún tiempo he intentado hacer algo diferente. Podría decir que he hecho algunos intentos “de salida” desde hace varios años, pero creo que el impulso más grande de los últimos tiempos lo recibí hace exactamente dos años (como me lo recordó las notificaciones de Facebook de hoy) en la Jornada Mundial de la Juventud de Cracovia, 2016. En aquella ocasión el papa nos decía:


… han experimentado el miedo que sólo conduce a un lugar: ¿Adónde nos lleva el miedo? Al encierro... Sentir que en este mundo, en nuestras ciudades, en nuestras comunidades, no hay ya espacio para crecer, para soñar, para crear, para mirar horizontes, en definitiva para vivir, es de los peores males que se nos puede meter en la vida, y más en la juventud. La parálisis nos va haciendo perder el encanto de disfrutar del encuentro, de la amistad; el encanto de soñar juntos, de caminar con otros. Nos aleja de los otros….Pero en la vida hay otra parálisis todavía más peligrosa para los jóvenes… Me gusta llamarla la parálisis que nace cuando se confunde «felicidad» con un «sofá»...Un sofá —como los que hay ahora modernos con masajes adormecedores incluidos— que nos garantiza horas de tranquilidad para trasladarnos al mundo de los videojuegos y pasar horas frente a la computadora. Un sofá contra todo tipo de dolores y temores. Un sofá que nos haga quedarnos en casa encerrados, sin fatigarnos ni preocuparnos. La «sofá-felicidad», es probablemente la parálisis silenciosa que más nos puede perjudicar, la juventud.... Es cierto, para muchos es más fácil y beneficioso tener a jóvenes embobados y atontados que confunden felicidad con un sofá; para muchos eso les resulta más conveniente que tener jóvenes despiertos, inquietos respondiendo al sueño de Dios y a todas las aspiraciones del corazón... Amigos, Jesús es el Señor del riesgo, el Señor del siempre «más allá». Jesús no es el Señor del confort, de la seguridad y de la comodidad. Para seguir a Jesús, hay que tener una cuota de valentía, hay que animarse a cambiar el sofá por un par de zapatos que te ayuden a caminar por caminos nunca soñados y menos pensados, por caminos que abran nuevos horizontes, capaces de contagiar alegría, esa alegría que nace del amor de Dios, la alegría que deja en tu corazón cada gesto, cada actitud de misericordia...Ir por los caminos siguiendo la «locura» de nuestro Dios que nos enseña a encontrarlo en el hambriento, en el sediento, en el desnudo, en el enfermo, en el amigo caído en desgracia, en el que está preso, en el prófugo y el emigrante, en el vecino que está solo. Ir por los caminos de nuestro Dios que nos invita a ser actores políticos, personas que piensan, movilizadores sociales. Que nos incita a pensar una economía más solidaria. En todos los ámbitos en los que ustedes se encuentren, ese amor de Dios nos invita llevar la buena nueva… (Discurso del papa Francisco en la vigilia de la JMJ Cracovia 2016)


Y después de escuchar sus palabras, he intentado salir hacia Dios mediante los encuentros. Junto con la comunidad de Sant´Egidio, he recorrido las calles de aquel barrio al que solo conocía por nombre y que me daba miedo cruzar. He ido a hablar con aquel habitante de la calle que antes prefería evitar cruzando la calle. He ido a visitar a aquel anciano que antes tanto evitaba en mi vida. He conocido a muchos y muchas personas, de todas las edades, de diversos países de origen, con muchas historias que antes solo imaginaba que existían…


Y esta experiencia comunitaria la he intentado trasladar a mi vida diaria. El salirme de mi escritorio en el aula del colegio para conversar con los chicos por los pasillos, el parar a conversar con las personas que alguna vez conocí en la universidad, el salir de mi oficina para compartir con los chicos(as) en el recreo, el quedarme hablando un rato con el vecino cuando nos topamos sacando o metiendo los carros. Son pequeñas acciones sin duda, pero es mi intento “vacilante y con inseguridades”, es una forma de responder al llamado del Dios de los encuentros.


Leyendo en estos días a Andrea Riccardi, me topé con una reflexión que me hizo cuestionarme mucho. Hablando de la parábola del Buen Samaritano, dice:


“...el sacerdote y el levita...podría pensar que tenían otros proyectos para su vida, tal vez religiosos, eclesiales y pastorales. A este propósito quisiera apuntar que hay que salir de la “cultura del proyecto”... el proyecto y el programa corren el peligro de terminar siendo una abstracción de la vida... de quedar reducidos a rígidos esquematismos. Muchas veces siento miedo a vidas encerradas en un programa o un calendario, que no tienen la puerta abierta a la voz de la calle o a los signos que emergen a lo largo de la historia...la mirada... elástica, ve lo que necesita intervención inmediata, sabe descubrir eventuales elementos de novedad imprevista, no planificada. Como la mirada de Jesús a la gente que se agolpa a su alrededor...” (Andrea Riccardi, Todo puede cambiar, pág. 45)


Tanto en mi experiencia profesional como pastoral, he estado muy acostumbrado a esto que Andrea llama: “la cultura del proyecto” Los planes estratégicos, a 5 años, con metas y acciones por cumplir, son muy comunes para mí. Incluso el cumplir con calendarios, programas, creo que son cosas que me dan seguridad…Pero nuevamente el Papa Francisco nos tiene unas palabras al respecto:


Salgamos, salgamos a ofrecer a todos la vida de Jesucristo. Repito aquí para toda la Iglesia lo que muchas veces he dicho a los sacerdotes y laicos de Buenos Aires: prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades. No quiero una Iglesia preocupada por ser el centro y que termine clausurada en unamaraña de obsesiones y procedimientos. Si algo debe inquietarnos santamente y preocupar nuestra conciencia, es que tantos hermanos nuestros vivan sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad de fe que los contenga, sin un horizonte de sentido y de vida. Más que el temor a equivocarnos, espero que nos mueva el temor a encerrarnos en las estructuras que nos dan una falsa contención, en las normas que nos vuelven jueces implacables, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera hay una multitud hambrienta y Jesús nos repite sin cansarse: «¡Dadles vosotros de comer!» (Mc 6,37). (Evangelii Gaudium, #49)


Ahí está el llamado. Salgamos pues, y si tenemos miedo, salgamos con miedo… al otro lado nos espera el Dios de los encuentros

 

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